Conversación con Luis G. Abbadie, autor de El último relato de Ambrose Bierce
1. ¿Desde hace cuánto escribes?
Hice mis primeros intentos a los 14, 16 años, y acabé por agarrarle gusto. Ya pasando los 20 me decidí a buscar algún taller literario sin mucho éxito; por fortuna me invitaron al que Flaviano Castañeda Valencia organizaba en el edificio de la Universidad de Guadalajara, el único donde nadie imponía o prejuzgaba los intereses de lectura y escritura de género (y donde no era anatema leer a autores anglosajones); allí nos encontramos como en casa muchos que no nos ajustábamos a los estándares que en esos días parecía que eran de rigor para entrar al mundillo literario.
2. ¿Cómo o para qué te ha servido escribir?
No creo que nadie piense que sea útil escribir, aunque sí tiene resultados y consecuencias. La satisfacción que produce dejar salir lo que concebimos no cambia el hecho de que cualquier escritor, lo admita o no, sería probablemente más feliz libre de la compulsión creativa; pero lo mismo podríamos decir de cualquier impulso humano. Es parte de uno, y no es cuestión de si existe, sino de qué hacer con él. Hacia dentro, escribir es un medio para definir, comprender, esclarecer; algunos piensan en voz alta, yo a veces lo hago escribiendo. Pero las ideas no llegan más allá, son vacuas, si no se ponen en práctica.
La escritura está muy subestimada, y eso es un vicio de nuestra cultura. Por un par de siglos (no es digresión, es contexto) se ha impuesto el materialismo; entre los místicos, el énfasis desesperado en el mentalismo como una ley hermética universal: esa necesidad de mantener las riendas intelectuales sobre emociones e instintos y creer que tenemos el control. El modelo ancestral del mundo nos plantea en cambio que el corazón es la balanza que filtra la razón y el instinto, templados por las emociones; esto no es poner las riendas, sino izar velas y navegar el torrente. En la escritura creativa, eso es lo que se puede hacer; y ese torrente puede remover las cosas, aun sin tener mucho alcance aparente, lo que escribimos puede tener efecto palpable sobre el mundo que nos rodea de maneras que la sobrevalorada razón no concibe ni cree posible. Si hay utilidad, está allí.
3. ¿Novela o cuento?
Lo que resulte, en cada caso, si bien me encuentro más cómodo con la novela. A veces, al leer, siento que algún cuento es un mundo en sí mismo, que los personajes y su entorno nacieron para esa historia y nada más. Para mí, el mejor cuento es el que me convence de que sus personajes viven, de que es un atisbo de una realidad, no de una escenografía; que me da la sensación de que hay más cosas ocurriendo fuera de escena, que cuando llegamos al cuento, ya había cosas sucediendo, y los sucesos proseguirán una vez concluida la narración. No estoy hablando de un “universo de saga” ni nada semejante, ya que tales mundos prefabricados suelen resultar todavía más falsos (pocas cosas prometen una lectura vacua mejor que un libro que inicia con un mapa); no quiero explorar un “mundo detallado”, quiero leer, o escribir, una historia sólida, que sin importar que sea cotidiana y urbana, o bien situada en un mundo remoto, se sienta real. Por ello, la novela me satisface más; y en los cuentos, hago uso frecuente de referencias internas entre las historias.
4. ¿Pero es El último relato de Ambrose Bierce una novela o una serie de cuentos?
Hay quien piensa que es lo primero; a mí me parece que son más bien cuentos que son a la vez partes de una historia más grande. Hay en los Apéndices algunos textos que no son cuentos, que no acaban de tomar forma; sin embargo, son integrales para el libro. Ese carácter integral de las secciones dispares puede ser lo que ha llevado a algunos a llamarla una novela. ¿Importa? Creo que lo que cuenta es la historia, no definirla ni catalogarla.
4. ¿Cómo nace la idea de El último relato de Ambrose Bierce?
No hay respuesta sencilla, pues el libro nació como un plaquette que contenía solo dos textos, y luego creció.
Las obras del propio Bierce reflejan su interés en las desapariciones misteriosas, en la entonces incipiente parapsicología, en el humor trágico que se manifiesta en los momentos más inesperados. Se ha escrito mucho sobre los últimos días de Ambrose Bierce, pero se suele ignorar lo obvio: el paralelismo entre los temas presentes en su obra y las circunstancias en que desapareció en el norte de México en 1913-1914. Su propia obra –incluso su ficción– prefigura su destino, y su pluma nos sugiere qué fue de él, aun cuando el momento final permanece, como él mismo lo habría querido dejar, en la oscuridad.
Si la obra de Bierce parece haber absorbido su vida misma, lo mismo ha ocurrido con El último relato de Ambrose Bierce. Carlos Bustos quiso incluirlo entre los títulos iniciales de Ediciones del Plenilunio, y cuando —en una reseña de la segunda edición por Plenilunio— un periodista me acusó en las páginas de El Informador de ser un mal traductor, dicho artículo puso a algunos lectores en la pista de esa segunda edición agotada de antemano que jamás llegó a estar en librerías. Allí nació el resto del libro, esa historia que creció en torno al plaquette original.
5. ¿Qué encontrará el lector en esta obra?
Primero que nada, ese manuscrito póstumo que narra, quizá, lo que pudo motivar a Ambrose Bierce a venir a México a su edad avanzada y lo que pudo ser de él en sus últimos días.
También, el vuelo de extrañas aves blancas en el Panteón de Belén, los sueños y visiones de una joven que es atraída una y otra vez por lo que el viejo cementerio alberga, las circunstancias en torno a una segunda edición de un plaquette de Plenilunio que nunca se distribuyó. Una vieja leyenda narrada por un árabe loco acerca de una ciudad de mil columnas, una obra de teatro del decadentismo francés que inspira obsesión y locura, las danzas del pueblo pálido bajo estrellas negras, son elementos que se entrelazan con estos sucesos.
6. ¿Cuál es tu proceso para crear un mundo en el que interactúan la realidad y la ficción?
Soy asiduo del juego interreferencial de los Mitos de Cthulhu, que centenares de autores han puesto en práctica desde que este “juego” comenzó con Lovecraft, Howard, Smith y otros autores de la Weird Tales: el uso de referencias a las obras de otros autores, pasados y presentes, que han contribuido a ese escenario común de los Mitos. Esto no es un “universo compartido” con elementos y continuidad establecidos; hay infinidad de versiones e interpretaciones distintas, elementos reales y ficticios que se entrelazan. En una mitología artificial y unificada, creada como escenario común, la continuidad y congruencia serían esenciales, como por ejemplo en los universos de los cómics, o bien de las sagas de novelas. No se trata de eso.
Es la mención pasajera de tal o cual suceso, personaje o lugar lo que crea la impresión de que los diversos cuentos escritos por distintos autores comparten un trasfondo, una realidad en común. Esto dista mucho de ser una apropiación, es más un guiño de reconocimiento; cuando un editor reprochó a un autor haber “copiado” nombres y conceptos de Lovecraft, el propio Lovecraft le escribió indignado, en defensa de este joven autor. Esto es a veces complicado de explicar a quienes no han leído obras del género.
Otro aspecto derivado de Lovecraft es el uso de seudobiblia; esta palabra acuñada por L. Sprague de Camp se refiere a libros inexistentes o inencontrables, jamás escritos, desaparecidos, incunables, o falsamente atribuidos (este recurso, que muchos llaman “borgesiano”, este lo aprendió de Lovecraft).
La vida misma ofrece numerosas oportunidades; todo el tiempo ocurren cosas que complementan las ficciones a la perfección, las historias se construyen fácilmente en torno a ciertos sucesos, y en ocasiones parece que nos limitamos a examinar las posibilidades, a completar las piezas faltantes de un rompecabezas. La desaparición de Ambrose Bierce; la ocasión, en 1995, en que las ventanas del mausoleo central del Panteón de Belén amanecieron rotas y los viejos perros guardianes fueron reemplazados; las circunstancias que rodearon a la segunda edición de los primeros títulos de Plenilunio; estas y otras cosas son los cimientos de este libro.
Cuando lo escribí, quizá intuía pero estaba muy lejos de conocer o comprender lo que Grant Morrison llama un hipersigil; algo que ahora es parte de cada una de mis historias. En estos momentos, busco borrar los límites concretos entre las distintas cosas que escribo: ficción, ensayo, investigación, espiritualidad. También, en consecuencia, entre la escritura y la vida; aunque encuentro que todos estos límites nunca fueron tan claros como suponía.
7. El sueño es un tema importante en la obra, ¿has tenido alguno que se haya vuelto realidad o confundido con esta?
Mi primera visita al Panteón de Belén fue en un sueño, y al visitarlo encontré fácilmente el sitio donde mi sueño —aterrador por cierto— se había desarrollado. Por cierto Valerie Loveman estaba presente en él. En otros sueños he visto el lago de Hali, el Fantasma de la Verdad… y en uno de esos, de los más aterradores, había un tren elevado que en ese entonces (hace más de una década) resultaba algo ajeno a cualquier cosa en mi experiencia inmediata, ese que ahora mismo se construye no era siquiera un proyecto. Sueños y escritura fluyen juntos.
8. Sin quitarle el misterio a la obra, ¿hay alguna otra que te haya influido o inspirado a creerla crearla?
¿“Inspirado a creerla” o a “crearla”? Esa errata, si lo es, resulta oportuna en este caso, supongo.
“El pueblo blanco” de Arthur Machen (a veces traducido como “La gente blanca”) sin duda, así como la novela Ceremonias macabras, de T. E. D. Klein, a su vez inspirada por el cuento de Machen. “El Signo Amarillo”, de Robert W. Chambers. Almas visionarias, de Emiliano González, donde este especula acerca de la identidad de Elizabeth Siddal como la anónima protagonista de “El pueblo blanco”, y su antología El libro de lo insólito, donde traza ese alucinante hilo conductor entre “El pueblo blanco”, El Rey de Amarillo, y las fantasías de Lewis Carroll. La poesía de Enrique González Martínez, que en ocasiones explora esos mismos mundos. Astartea, de Marcel Schwob, que abreva del mismo lago que los cuentos de Chambers. Y por supuesto, las obras de Ambrose Bierce, “Un habitante de Carcosa”, “Haïta el pastor”, “Desapariciones misteriosas”. Añadiría quizá “Ambrose”, de John Tynes.
9. ¿Qué cosas nuevas se podrán encontrar en esta edición?
Los escasos lectores de la primera edición de Plenilunio tienen mucho qué encontrar: El primer texto, “El último relato de Ambrose Bierce”, se encuentra mucho más completo, extenso y detallado. La segunda parte del libro, “El grito de la máscara”, prosigue donde “La sombra blanca” terminó, hablando de lo que ocurrió después con Valerie Loveman y los sucesos que causarían muchos rumores en el Panteón de Belén. Además hay una serie de textos, extractos y notas que señalan los vínculos entre personajes y obras aparentemente dispares: Arthur Machen, Elizabeth Siddal, Robert W. Chambers, Enrique González Martínez, Abdul Alhazred, Gabriel Benítez. Bierce.
Por otra parte, es la primera vez desde que el libro portaba el sello de Plenilunio que en él se reproduce una versión del Signo Amarillo. Lo que solo algunos lectores sabrán interpretar.
10. ¿Algo que te gustaría comentar respecto a tu obra?
Algunas personas me han preguntado acerca de Valerie Loveman. De ella he hablado en otros escritos, y como he dicho en otra parte, su ausencia inexplicada desde 1999 será tema de un futuro libro, sin embargo, faltan todavía un viaje y bastante documentación para ello. De El último relato de Ambrose Bierce, confieso que en él, los seguidores de la mitología de Lovecraft reconocerán elementos de la herejía derlethiana; recordaré al respecto que nada es lo que parece, y esas palabras de la propia Valerie: “todo debe ser parte de lo mismo, algo tan grande que no vemos la conexión”.
Como sucede en la vida, así lo planteo en mis libros: que cada quien valore los hechos, mis narradores no son omniscientes y portan sus propias preconcepciones. Lo que no queda dicho, a veces dice mucho más.
Fotografía del autor: Jorge Alberto Mariscal
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