Sueños lúcidos
Por Javier Paredes
Hace algunos años leí una obra condensada, escrita por Lord Moran sobre la salud de Winston Churchill, en que se hacía referencia a su arteriosclerosis. Algo después —o antes, mi memoria es vaga— tuve oportunidad de revisar la Introducción a la Lógica, de Irving Copi, donde en una documentada digresión, se revisa la relevancia de que la información clínica de los mandatarios sea pública y conocida por la población.
La historia viene a cuento porque la literatura sobre enfermedades ilustres es el tema de esta participación.
Tengo ante mí cuatro pequeñas obras que son representativas sobre el tema: la primera de ellas data de 1921, se intitula Los gotosos célebres, su autor es el doctor Bienvenú, al que suponemos oculto bajo tal seudónimo. El texto es breve, incisivo y erudito, nos habla de Horacio y de Augusto, de los Borbones y los Medici. Un mérito adicional se contiene en los reclamos publicitarios del final del opúsculo, por ejemplo, de la cocaína Midy, para toses violentas, nerviosas, laringitis y anginas.
El segundo de ellos se llama Tuberculosos célebres, del doctor Leopoldo Cortejoso (lo que también suena a seudónimo) editado en Barcelona en 1958. Mucho más amplia, en casi setecientas hojas en folio, nos enlista ilustres enfermos como Shelley, Keats, Kafka, Chejov, Bécquer y Mozart; sin olvidar a los Medici (de nuevo) y los Bonaparte, filósofos como Spinoza y santos como el Poverello de Asís.
También vale recordar la popular obra Locos Egregios, de Juan Antonio Vallejo-Nagera, de 1978 que se editó en dos formatos: en cuatro tomitos coleccionables o como compilación completa. Se trata de una colección minuciosa y divertida de personajes que incluye a ilustres castrados como Cafarelli y Farinelli; a notables personalidades artísticas como Goya y Van Gogh; y a otros personajes más siniestros que ejemplifican Hitler y Rudolf Hess.
El caso de Hitler es singular, porque ha dado lugar a gran número de estudios de personalidad. En especial es recordable la Vida secreta de Hitler, de David Lewis y el libro Hitler y las mujeres, de J.M. Chartier. Más recientemente, en 2003, el Fondo de Cultura Económica publicó El Hitler de la historia, de John Lukas. Obra tras obra, de manera incesante e infructuosa, se busca encontrar en las enfermedades físicas o mentales del personaje, la esencia y el origen del mal.
Finalmente, quisiera mencionar, aunque no propiamente se trata de una condición morbosa, sino de una potencial mutilación, el libro de José Antonio Díaz Sáez, Eunucos, del año 2014, el cual tiene como subtítulo: “Historia universal de los castrados y su influencia en las civilizaciones de todos los tiempos” y que constituye una interesante monografía sobre los eunucos palaciegos y del harem, en Persia y en Bizancio, en China y en América del Sur, sin olvidar la secta pirómana de los Skoptsy rusos y canadienses.
Estos libros se relacionan, así sea de manera indirecta, con Fire and Fury, el libro de Michael Wolff sobre Donald Trump, donde nuevamente se pone en duda el estado de salud mental de un mandatario; caso análogo al uso del Prozac, el abuso del alcohol o el coeficiente intelectual de nuestros más recientes gobernantes en México.
El tema es relevante y tal vez, solo tal vez, no debería quedar relegado a la literatura médica e histórica, sino ser un derecho legal conocer el estado de salud, física y mental, de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran a gobernarnos.
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