Sueños lúcidos
Por Javier Paredes
En la antigua biblioteca Manuel Rodríguez Lapuente, antes de su previsible inundación por aguas negras, pendía un ejemplar de la Timechart History of the World de Könemann (1890). Si damos crédito al contenido de sus ilustraciones, entonces el diluvio universal aconteció 2348 años antes de Nuestro Señor y la Torre de Babel se construyó 48 años después.
La ancestral dispersión de lenguas que aconteció en Mesopotamia fue sucedida por una moderna Babel, en la que se han multiplicado los “idiomas universales[1]”.
Son copiosos y eruditos los intentos por lograr una evasiva lengua común y supera a mis modestos alcances siquiera enumerarlos[2], pero vale la pena detenerse en algunos y en los libros que sobre aquellos se han escrito.
Abunda en misterio el proyecto de Carpophorophilus (1734), escrito bajo seudónimo (nomen fictum) y denominado Novum Inveniendae Scripturae Oecumenicae Consilium, al parecer para su uso en los concilios eclesiásticos; pero que no sería muy bien acogido, tal vez porque la Iglesia Católica ya contaba con una lengua universal, el latín.
Previo a este nomen fictum, encontramos nombres algo más verdaderos como el de Cartesius y Comenius, dedicados a la misma empresa. Incluso el jesuita Atanasius Kircher, en cierta medida, buscó la lengua adánica, el idioma original de adán, en los ideogramas chinos que podrían representar ideas traducibles a todos los idiomas.
Existe en esta variedad visual de la palabra, la propuesta de Gajewsky(1902) de un idioma óptico en tonalidades de color; artística derivación que nace del solresol (1866), un lenguaje musical fundado en las notas, obra de Jean Francois Sudre, con palabras que se pueden cantar o silbar[3]; sin duda una melodiosa invención, premiada en dos exposiciones universales.
Se suelen distinguir dos tipos de lenguas universales auxiliares, las a priori y las a posteriori. Su definición es bastante ambigua:
Las a priori parten de una base lógica racionalista y pretenden establecer una clasificación filosófica de todas las cosas, todas las ideas, sin apoyo en las gramáticas existentes, utilizando como vehículo símbolos o números inventados al efecto. Es el caso del idioma analítico de John Wilkins (1668)[4].
Por el contrario, las a posteriori parten, supuestamente, de una base más empirista que se sustenta en las gramáticas de las lenguas naturales, ya existentes, adoptando incluso sus raíces o derivaciones léxicas. Tal es la clasificación que toca al esperanto (1887).
Sobre el idioma analítico de John Wilkins, se escribió el conocido ensayo de Borges publicado en Otras Inquisiciones (1952), artículo breve que explora la relación entre las clasificaciones de Wilkins y el arte combinatoria de Raimundo Lulio, concluyendo que la realidad es incomunicable por el lenguaje.
Wilkins propone una división arbitraria de la realidad en cuarenta géneros que dan 2030 especies, cada parte de la palabra implica su clasificación y significado. Por ejemplo, perro es zyta, lobo es zytas, la “s” significa que es “salvaje y enemigo de las ovejas”; cada sonido entraña una diferencia específica.
Aún más abstracto sería el timerio (1921) donde los signos son números. En timerio la frase “te amo” se escribe “1-80-17”.
Entre las lenguas a posteriori, el esperanto ha sido la que ha gozado de mayor fortuna, no solo es lengua oficial de naciones efímeras e imaginarias, sino que es auspiciada por dos religiones universales: la bahá’í y la oomoto.
El esperanto, mucho más humano que el numérico timerio, tiene algo en común con el idioma de Wilkins: ambos respondieron a una exigencia religiosa, que también orientó a Leibniz en su postulación de una lengua universal.
De alguna extraña manera, supusieron que si todos hablamos el mismo idioma y tenemos una misma religión, no habría malos entendimientos ni guerra ni países. Es como Imagine de John Lennon, pero al revés.
Nosotros, los escépticos posmodernos, sabemos que aunque usemos la idéntica palabra “capitalismo”, no significará lo mismo en Washington que en Moscú, ni “cristianismo” en Roma que en la Meca, ni “mujer” para el feminismo que para el heteropatriarcado (lo que sea que esto último signifique).
Libros sobre lenguajes universales
Al final, pero no lo menos importante, si desean adentrarse en el tema les sugiero: el Curso de Lengua Universal, de Don Pedro Mata (1886), Histoire de la Langue Universelle de Louis Couturat (1907) y La Búsqueda de la Lengua Perfecta de Umberto Eco (1993).
[1] Idiomas como el esperanto, del que dice Jardiel Poncela: “Idioma universal que no conoce nadie en el universo”, llama mi atención, por ejemplo, el astegoniagraphianek, tan poco conocido que en la red solo se hallan, al día de hoy, tres referencias en libros (dos en francés, una en portugués) y diez en búsqueda general de Google (casi todas en lenguas eslavas). Nada mal para un idioma que pretendió ser universal.
[2] Solo por mencionar algunas: la langue nouvelle, la communicationssprache, la pantos-dimou-glossa, la universal sprache, las dos weltspache, la langue internacionale neo latine, la lingua franca nuova, la pasilingua, la myrana, el kentung, la antibabilonia, el phonarithmon, la nature mother tongue, la langue bleue y la blaia-zi-mondal,
[3] En este idioma “misol” significaba bueno y “solmi” malo.
[4] De cierto modo, la señalética de tránsito y el idioma de señas de los mudos corresponden a esa tradición de lenguajes visuales. Aunque —lo dice Umberto Eco— el lenguaje de señas nunca tendrá los matices del hablado, no constituye un vehículo que pueda transmitir la filosofía o la ciencia.
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