Sueños lúcidos
Por Javier Paredes
1. La ficción
Si hemos de creer a esos constructores de mitos y elucubraciones que se hacen llamar “antropólogos”, el hombre tendrá unos cien o doscientos mil años como especie. Su historia se ha formado vagando sobre esta tierra y en nuestra breve estancia planetaria adoptamos el sedentarismo hará diez mil años.
Como puede deducirse, solo recientemente nos asentamos y llevamos el viaje en la sangre, es una impronta que nos acompaña.
No es de extrañar, por tanto, que dediquemos tanta de nuestra literatura a las andanzas de errabundos y peregrinos. Por tomar algún principio, mencionemos la Epopeya de Gilgamesh, donde el héroe busca incansable la inmortalidad en su travesía por las aguas de la muerte (solo 2500 años tendrá este poema, que es a su manera inmortal).
Los clásicos son también frecuentemente relatos de viaje, la Odisea de Homero y el bíblico Éxodo, sin olvidar, desde luego, las Mil y una noches, donde Simbad comparte un cíclope con Ulises. De la misma Edad Media y las noches árabes, el Ciclo del Grial es también una peregrinación, por no hablar de la Navegación de San Brandano.
En la Edad Moderna, el camino no cesa. El propio Quijote se la pasa de viaje en un andar incesante, así mismo son itinerantes Gargantúa y Pantagruel del crudo Rabelais. Viajará mucho Gulliver y viajará poco menos Robinson Crusoe, pues su aventura es el naufragio.
En el siglo XIX, el ímpetu no aminora, Verne nos lleva en un Viaje al centro de la Tierra, y también De la Tierra a la Luna. Stevenson a La Isla del Tesoro y Allan Poe a una fantástica Antártida en la Narración de Arthur Gordon Pym.
La distancia recorrida cada vez es mayor, pues con Lovecraft, ya en el el pasado siglo XX, llegaremos a la Desconocida Kadath, ciudad onírica, y con Asimov por toda la galaxia, con su Fundación. De este punto, será más llevadero para Alfred Elton Van Vogt atribuir al Viaje del Beagle Espacial una exploración intergaláctica.
La Ciencia Ficción abunda en relatos de expedicionarios: a veces el protagonista viaja al interior de los átomos, como en Submicroscópico del capitán S.P. Meek, o se agiganta hasta trascender a otro nivel donde las galaxias son átomos, como acontece en Coloso de Donald Wandrei (ambos relatos disponibles en la antología La Edad de Oro, de Isaac Asimov).
2. La Realidad
Si de los viajes imaginarios transitamos a los reales, encontraremos que algunos revisten las condiciones de ambos, como la búsqueda de El Dorado o la Fuente de la Eterna Juventud. A pesar de ello, trataremos reseñar algunos.
No cabría enunciar en detalle a los antiguos viajeros griegos, que nos recuerdan a El Inmortal de Jorge Luis Borges, pero vale la pena mencionar algunos de sus viajes: La descripción de la Tierra Habitada de Dionisio el Periegeta o el Epítome del Periplo de Menipo Pergámeno, escrito por Marciano de Heraclea. En otra obra (algo menos conocida) del mismo Marciano podemos encontrar interesantes y claras indicaciones como la que sigue: “Gedrosia limita al norte con Drangiana y con Aracosia, mientras por el occidente con la ya citada Carmania, hasta el mar.”
Mucho más conocidos son el Periplo de Hanon, o el Viaje a India (Sobre la India) de Ctesias de Cnido. De Hanon viene la primera referencia escrita al cruce de la línea ecuatorial.
De los viajeros medievales, el más destacable en Europa será Marco Polo, con su obra El Millón; y en el Islam africano, Ibn Batuta con su libro Rhila, donde describe en primera persona su trayecto de treinta años, que cubrió el norte de África, Persia y Babilonia, China, la India y España.
La época del descubrimiento de América favoreció de manera evidente la literatura de viajes, entre los que se suele mencionar a las Relaciones y cartas de Cristóbal Colón, así como a la Relación del Primer Viaje alrededor del Globo, de Antonio Pigafetta.
A partir de allí, la tradición del libro de viajes como diario, como memorial o como historia no decayó. Solo en el ámbito mexicano tenemos relatos de impresiones de embajadores, espías, viajeros y científicos; entre ellos, los de Frances Erskine, Marquesa de Calderón, el de Poinsett, de expedicionarios franceses en la Guerra de los Pasteles y de la intervención, viajeros alemanes y rusos, entre muchos otros, incluyendo pioneros de la arqueología, como Lloyd Stephens.
La época victoriana, la gran época del colonialismo, nos legó los relatos de Speke, de Henry Morton Stanley, de Livingstone, de Richard Burton, en su travesía por selvas y desiertos, ingresando a ciudades prohibidas, en su combate con caníbales o cocodrilos. Burton, quizá el mejor escritor de ellos, nos ha dejado pintorescas descripciones como la siguiente:
Los cocodrilos “que se contonean como podrían hacerlo las viudas elegantes al andar, golpeando con sus horribles garras la fangosa margen, y permanecían en el agua como amarillentos troncos de árboles, en tanto que nos medían con sus pequeños y malignos ojos verdes, incrustados profundamente debajo de verrugosas cejas.”
Estos libros de viajeros del siglo XIX son, en alguna medida, los que más atesoramos como relacionados con una época romántica que se rememora una y otra vez en la transmedia: videojuegos, películas, cómics, animes.
Aunque ahora son poco accesibles, son especialmente interesantes los libros de la colección Viajes Clásicos, de Espasa-Calpe, con obras del Capitán Cook, de Bernier, de La Condamine, entre muchos otros exploradores y descubridores. Muchos de sus títulos son conseguibles bajo el sello de Austral.
Más reciente es el legado de la Editorial Labor, con decenas de obras sobre todos los rincones exóticos de la tierra, en una sólida y hermosa encuadernación en tela.
Mención aparte entre los viajeros literarios se merece Pierre Loti, con sus poéticas reminiscencias del Japón, de Pekín y Galilea, así como con sus Fantasmas de Oriente. Sus obras fueron editadas en su momento por Novaro de México.
También debe mencionarse al extraordinario mexicano Don Benito Albarrán con sus crónicas de Caza Mayor en Tres Continentes.
Ya ubicados en la época de los setenta, Fernando Díaz Plaja y Enrico Altavilla publicaron libros de viajes sobre Suecia, Europa del Este y Japón. En ese momento, Yugoeslavia era más exótica que Tumbuctú, por el teórico aislamiento de los países socialistas. Su editorial habitual fue Plaza-Janes.
Luego de este recorrido, podemos decir que vivimos una era decadente para la literatura de viajes. Estamos tan interconectados que el mundo es ridículamente pequeño. A pesar de ello, nada supera a la observación minuciosa de lo escrito que nos traslada en el espacio y en el tiempo, enseñándonos a apreciar de una forma más natural; a paso mesurado y placentero, la maravilla del mundo.
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