Sueños lúcidos
Por Javier Paredes
En la escuela de teología cristiana de Alejandría existió un ilustre erudito llamado Orígenes, afamado entre otras cosas por sus castrantes inclinaciones. Algunos afirman que escribió más de seis mil libros y, en tamaña producción, algo tendería a desaparecer. Lo paradójico del caso es que su obra más destacada, El tratado de los principios, se perdió para nosotros en su mejor traducción, la de San Jerónimo. Haciendo un fácil retruécano: Orígenes se quedó sin Principios.
Numerosos son los casos de libros perdidos, de los que conocemos únicamente su título. Son en particular llamativos los libros sagrados. Dentro de la Biblia existen obras citadas textualmente que no nos han sido dadas a conocer, como ejemplo podemos mencionar El Libro de las Guerras del Señor o El Libro de los Justos; el primero de ellos citado en Números XXI, el segundo en Josué X. Un título más sugerente es Tres mil parábolas de Salomón mencionado en el Tercer Libro de Reyes.
Otros libros religiosos han sido perdidos y encontrados, así se dice que ocurrió con el Deuteronomio que tuvo un feliz hallazgo por el Rey Josías en el siglo VII antes de Cristo. En data más reciente, podemos mencionar el Alcoranus Arabicus de San Michel, primer Corán en letra impresa, editado en Venecia en 1538, por Alessandro Paganini, cuyos ejemplares desaparecieron, siendo objeto de diversas leyendas hasta su reaparición en el año de 1987.
Las escrituras religiosas suelen tener ese carácter imperecedero, siempre hay lugares milagrosos donde se conservan escondidas, caprichosas, solo para ser encontradas por afanosos arqueólogos. La misma situación se ha venido repitiendo con sagrados textos budistas, gnósticos y esenios, en las montañas de Asia Central, en Nag Hammadi o el Mar Muerto.
Existen también otros libros cuyo sustrato material existe y es visible a la humanidad, pero cuyo contenido “tan perdido estará como Cartago, que con fuego y con sal borró el latino”. Es el caso del Manuscrito Voynich, que ha resistido por siglos a la criptografía. Otros textos, más dóciles, se han rendido, tal es la historia del Manuscrito Copiale, datado a fines del siglo XVIII y decodificado en el año 2011, que contiene los estatutos de una orden secreta de oftalmólogos.
Algunos otros manuscritos jamás fueron dados a la imprenta, se perdieron para su publicación, como estuvo a punto de ocurrir con las obras de Franz Kafka. Existe un libro mexicano significativo en esta categoría: su autor fue Don Artemio del Valle Arispe y el contenido de la obra nos es prefigurado en una referencia de Emmanuel Carballo. El libro en cuestión trataba de las rapiñas, hurtos y despojos de distinguidos revolucionarios, se conservaba en una caja de seguridad. Por razones de política y falta de libertad de prensa al parecer nunca fue publicado.
Y están –desde luego- los libros perdidos de la ficción, como el Libro de Arena de Jorge Luis Borges, abandonado intencionalmente en una biblioteca; y en un lugar intermedio, el Libro de la Comedia de Aristóteles, que siendo en principio real, es motivo de la obra literaria El nombre de la Rosa.
Según una indagatoria realizada por Google, en el año 2010, se dijo que habían sido publicados 129 millones de títulos en la historia de la humanidad. De entre ese número de hojas, que se antoja vasto como las arenas del mar, ha sido el azar o la providencia lo que nos ha legado el acervo que ahora poseemos. De esa herencia, ¿cuántas obras fútiles sobrevivirán? ¿cuántas opus magnas se perderán irremediablemente? Un extraño editor impersonal es el que rige los destinos de la literatura toda.
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