Hacer un conteo de lo mejor del año es un ejercicio de memoria que, solamente si el ánimo lo permite, puede ser placentero. De lo contrario, es una revictimización del estómago en el que experimentamos de nuevo todo lo horrible que sentimos (creemos, recordamos, nos dijeron, nos hacen pensar) que sucedió en nuestro pequeño mundo mientras sobrevivimos de pie, sin un zapato y la ropa convertida en harapos, en la cima todavía humeante de esta mierda de existencia.
Pero no nos fue tan mal, ¿cierto? Compartimos muchas fotos de nuestras mascotas y los dos platillos que valieron la pena, quizá un abrazo incómodo que alguien más insistió en capturar y tuvimos que compartir porque el otro nos etiquetó al subir la foto. Maldita sea. Hubo risas. Risas entre lágrimas y coraje, porque Hanna Gadsby nos recordó que estamos obsesionados con la reputación y hemos dicho mal el nombre de aquel artista español. Se dice Picasshole, apréndalo desde ya. ¿Cómo se sintieron al darse cuenta de que todavía preferimos defender a cualquier imbécil porque hace bonitas películas, o nos hizo reír mucho en los miles de especiales que Netflix le otorgó, a pesar de que todos sabían que el fulanito en cuestión es acosador con privilegios?
Nos recetamos todo Rick and Morty, porque esa sí es serie para nerds, no la pendejada esa deThe Big Bang Theory que no sé por qué no se ha muerto desde hace años, hasta que recuerdo que la gente somos una masa estúpida que ahora tenemos que meter la cabezota en el lodazal porque, por fin, AMLO es el presidente que le prometieron que sería. Pero no le entendemos a Rick and Morty (ni a la política), nada más nos da risa que esa familia sea igual o más miserable que nosotros. Otra razón por la que nos encanta BoJack Horseman, la única serie animada para adultos que vale la pena hoy y para siempre, porque tiene ese saborcito recurrente de derrota que escupimos cada mañana, cuando sale el sol y, oh-dios-mío, no nos morimos en la noche. ¿Recuerdan cuando Elaine (aka The Queen of the Castle) intentó, una y otra vez, ser mejor persona, pero su esencia le puso el alto? La pobre renunció al amor de un hombre porque no compartía su opinión acerca de la libertad de los derechos reproductivos de la mujer, pero también se puso un tremendo escote sólo para demostrar que era capaz de atrapar las miradas masculinas. Así también BoJack, cincuentón que nos representa a muchos.
La mejor película de mi 2018 no fue Roma (es una gran película, aunque les arda, y no, no es la cúspide de Cuarón, esa la alcanzó ya con Children of Men, pero nadie le puso atención hasta ocho años después porque no nos merecemos nada bueno, aparentemente), ni La forma del agua, ni Avengers. La mejor fue Hereditary, porque me hizo sentir todo el tiempo una angustia casi dolorosa, que reconocí de inmediato cuando me dijo al oído: “¡Hola! La única que te va a hacer daño soy yo”.
¡Pero no, amigos! El 2018 me dijo que quien quiere estar contigo se queda contigo y conmigo también están dos series: The Marvelous Mrs. Maisel (I ❤️ Upper West Sidejewish), porque me recuerda que the good ol’ days también son los shitty current days y que el humor es la herramienta de los rotos para dejar de escuchar el rechinido de la pierna que ya no nos sirve, el terrible anuncio de que el final empieza con una extremidad y termina cuando alguien, misericordioso, nos desconecta de la máquina respiradora. Y The Good Place, porque pone en mi cabecita, una y otra vez, que la gente puede soñar e intentar ser una buena persona si encuentra la motivación adecuada. Que lo logre o no, eso ya es tema de otra serie, que sé que no tengo que ponerme a escribir porque ya existe y es genial. Se llama Seinfeld, amigos.
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