Iniciamos el año con Donald Trump en pleno poder, con una guerra comercial contra Europa y China, mientras a nosotros nos “gobernaba” un presidente débil, con niveles de aceptación muy bajos, que apenas pasaron las elecciones, se fue de vacaciones.
Fue el año en que le ganamos a Alemania en un Mundial, eso sí, una de las peores selecciones teutonas de los últimos años. El año en que la liga de futbol femenil comenzó a tener más audiencia, pese a que los salarios de ellas son risibles frente a los millones que devengan sus contrapartes masculinas.
El año en que el chef, escritor y aventurero Anthony Bourdain se suicidó dejando a muchos cuarentones, como quien esto escribe, totalmente huérfanos. El año en que murió Stan Lee, santo patrono de los nerds y geeks, aunque Steve Ditko lo acusara de plagiario.

El año en que Los Mochis se inundaron, al igual que muchas partes de Nayarit, y por paradojas del destino, la Ciudad de México se quedó sin agua. El año en que se celebraron 50 de la matanza de Tlatelolco, en el que MORENA obtuvo el poder, llamando a su régimen La cuarta transformación.
El año en que el movimiento #MeToo convulsionó Hollywood, aunque fue recibido con cierto escepticismo en Europa, donde salieron grupos de feministas que lo encuentran demasiado puritano.
Películas
Si bien, las salas de cine se llenaron a tope y por varias semanas con la película de Disney, Avengers, infinity war, fue el año en que otras cintas se lograron colar en el gusto de los espectadores. Una de ellas fue La forma del agua, de Guillermo del Toro, que triunfó en la entrega de los Oscars. Película que causó mucha controversia en México, ya que como es costumbre, fue atacada por un gran grupo de mexicanos en redes sociales. Algo ya común en un país que vive en una completa polarización desde hace años. Si bien es cierto que no es la mejor película de Del Toro, es una cinta hecha para ganar premios y lograr así una consolidación de la crítica festivalera, esa que va más allá del Fandom que seguimos incondicionalmente al gordo.
A su película se le sumaron dos acusaciones de plagio, uno hecho por usuarios de redes sociales y otro formalmente en una corte en Estados Unidos. La primer acusación estaba relacionada con el cortometraje holandés El espacio entre nosotros. Todo quedó zanjado cuando el cineasta mexicano y realizadores llegaron a la conclusión de que fue una coincidencia. El otro fue el hijo de Paul Zindel, quien aseguraba que la obra de su padre, The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds, adaptada después para un telefilme, fue plagiada por Del Toro. Todo terminó en un tirititito, que la corte desestimó.
Un sainete similar resultó el estreno de Roma, de su amigo Alfonso Cuarón, quien también ganó el León de oro de Venecia y que gracias a esto, la cinta ya comprada por Netflix, fue motivo de curiosidad para propios y extraños. Su protagonista, la “actriz natural” Yalitza Aparicio de inmediato fue motivo de burlas y elogios en las redes sociales, lo mismo por su capacidad actoral, que por sus rasgos indígenas. Luego vino todo el problema de la distribución, que en el mundo se llevó de buena manera, pero que en México, tuvo el problema de enfrentarse al duopolio de distribución llamado Cinepolis-Cinemex. La cinta está hecha para cine, con un diseño de sonido que no podrá repetir la plataforma de streaming, por lo que al verla en casa perderá mucho de fuerza.
Pero la que pasó casi en la oscuridad fue el documental La libertad del diablo de Everardo Gonzalez. Una brutal historia, donde todos los entrevistados llevan cubierta la cara, que te deja bastante contrariado y deprimido al enterarte de qué manera la violencia está institucionalizada.
Otra que no causó mucha emoción pero que bien vale verla fue La cuarta compañía, cinta que tiene un pie en el cine criminal/carcelario y otro en el deportivo. Se nota el trabajo de varios años de los directores Amir Galván Cervera y Mitzi Vanessa Arreola, esta última guionista también, con los internos de los penales, lo cual lleva a verlos no como víctimas, sino personajes reales.
Dos producciones hicieron mucho ruido en los primeros meses de este 2018, Tres anuncios por un crimen y La isla de los perros. La primera es dirigida por Martin McDonagh, fue una de las más mencionadas en los Oscars, pero que se quedó detrás de la de Guillermo del Toro. El hecho de escoger a Frances McDormand, de mezclar conflictos raciales y humor negro, además de una violencia absurda, hizo que muchos sintiéramos que estábamos viendo una película de los Hermanos Cohen. Por su parte, La isla de los perros de Wes Anderson supuso un gran fracaso de taquilla para el niño mimado del “cine independiente norteamericano”. Pese que traía mucho fuelle, se fue cayendo en taquilla hasta que se retiró en silencio.
2018, sin duda, fue el año del terror. Mandy vino sin grandes titulares, nos cayó de madrazo, y es que nadie esperaba nada de Nicolas Cage, dirigido por Panos Cosmatos en esa locura lisérgica de venganza, nos hiciera revalorarlo como actor.
Todo lo contrario a lo que sucedido con Hereditary y Un lugar en silencio, ambas producciones traían el epíteto de “la más…”, que eleva las expectativas, (cochinas expectativas) que nunca se llenan. Ambas funcionan muy bien como productos de terror de gran presupuesto, con grandes actuaciones y guiones bien trabajados. Curiosamente, ambas hablan sobre la relación entre las familias y como estas son las que producen los peores terrores. A diferencia de Hereditary, Un lugar en silencio es una cinta más convencional, con un monstruo que acecha, por lo cual sustenta todo su terror en escapar de él. La escena de la bañera es la más recordada, aunque toda la trama deja muchos huecos que no se llenan nunca. Hereditary quiere ser más ambiciosa y escapar de las convenciones normales del género, es en esta apuesta en la que sale perdiendo. Sin embargo, si uno no le exige demasiado y ahonda en su mala leche, acaba por ofrecernos un retrato oscuro de la herencia familiar. Todo lo contrario a lo que nos ofreció Halloween 2018, que acaba por convertirse en una cinta más de trivia cansina cada dos minutos.
La cinta que volvió a poner de moda a Queen, cosa que sucede cada tantos años, fue Bohemian rhapsody, cumplidora biopic que no quiso ir más allá de ilustrar una época, pero que le alcanzó para vencer al reguetón en lo más escuchado… cuando menos por unos días.
En el plano independiente Ghostland y La piel fría fueron dos películas que llegaron de noche y que pese a su calidad, salieron de las pantallas mexicanas sin que nadie se fijara en ellas. La primera, dirigida por el francés Pascal Laugier, es un giro de tuerca a los slasher. Lo importante de la cinta es la relación que se da entre dos hermanas, que son como el lado luminoso de la pareja de dementes que las captura. Con su debido misterio, con su crueldad y gore, la cinta va más allá del slasher común, que mata jovencitas vitales y ya.
La piel fría, por su lado, dirigida por el español Xavier Gens, quien adapta la novela de su compatriota Albert Sánchez Piñol, cuenta la relación entre un joven marinero y un guardia de faro viejo, que, por razones de trabajo, deben compartir una alejada isla del norte. Lo que no sabe el joven es que un grupo de anfibios atacan cada noche ese refugio. Una belleza de cinta.
Series
Las series son el opio de hoy. Como el cine se ha convertido en un gigante con presupuestos altísimos, los estudios no permiten que los autores tengan las libertades que tuvieron los barbones de los años setenta. Muchos de ellos, como David Fincher, se han refugiado en los canales de paga o en el Streaming. AMC, la misma cadena que hace The Walking dead, nos entregó la adaptación de la novela The Terror de Dan Simmons, uno de los escritores de horror menos leídos en español. La serie de 10 capítulos cuenta la historia de la fallida expedición Franklin, que acabó muriendo en el Ártico luego de quedar atrapada entre dos glaciares. Con una impecable recreación de escenarios, una atmósfera asfixiante y un guion que va desarrollándose poco a poco, la historia produce un sentimiento de claustrofobia en aquellos helados parajes. Una serie que causó mucha expectativa fue La maldición de Hill House, dirigida por Mike Flanagan, quien hizo una muy, muy libre adaptación de novela de Shirley Jackson del mismo nombre. El resultado es bastante bueno y gira el rizo sobre las relaciones familiares, cosa que ya vimos en las cintas antes citadas.
The Mindhunter, por su parte, adapta el libro biográfico de John E. Douglas y su no tan ghost writer, Mark Olshaker. En ella se cuenta la creación de la división de ciencias del comportamiento. La serie, hecha con muy poco dinero, con escenarios reducidos y sostenida completamente por actuación y diálogos, de inmediato se ganó una cuota de espectadores asiduos, entre los que me encuentro. Desarrollada e ideada por Joe Penhall, aunque al que le adjudican su creación sea David Fincher.
Un trio de series, que por estar fuera de Netflix no son tan conocidas, pero que son sin duda grandes producciones que temporada a temporada mejoran son The Americans, Bosch y Counterpart. The Americans va en su sexta sesión y el entramado de espías, juegos, traiciones, relaciones y violencia institucional, cada vez sorprende más. No es una serie para el gran público, ya que su ritmo es pausado y está sustentada más en lo que no se dice que lo que se dice.
Por otro lado, Counterpart es un híbrido entre serie negra y de ciencia ficción. Su protagonista, el agente Howard Silk, interpretado por un enorme J. K. Simmons, descubre que la agencia para la que trabaja guarda la entrada a un universo paralelo, y no solo eso, sino que además, un agente infiltrado está matando gente de su lado.
Bosch, con los increíbles Titus Welliver y Jamie Hector, es una serie policiaca “común” donde un detective obsesivo debe resolver un caso. Sin embargo, los personajes secundarios, muy al estilo de The Wire, amplían el panorama de lo que sucede en una ciudad de Los Ángeles frívola y violenta. Basada en las novelas de Michael Connelly, esta es una de las mejores series policiacas que se han hecho para televisión.
Narcos: México, creada son los norteamericanos Carlo Bernard y Doug Miro, advierte al principio, que se toma muchas libertades con respecto a los hechos narrados, pese a esto, a que está filmada en la Ciudad de México y no en Guadalajara, eleva la estafeta de las series que tuvieron como escenario Colombia. Tal vez porque los gringos conocen mejor nuestro país. La idea general de la producción es evidenciar que si bien los capos idean el negocio, son en realidad desechables. Cuando el Estado decide dar un manotazo y acabarlos, lo hace y punto.
En México y Latinoamérica, Luis Miguel, la serie, fue un golpe mediático que hizo que la gente volviera a escuchar al cantante. Con valores de producción sólo un poco más arriba que una telenovela promedio, guionizada por el hijo de Enrique Krauze, Daniel, fue el tópico de conversaciones en oficinas y mercados, por igual. Nos sacudimos a Televisa, pero Televisa ya estaba muy dentro de nosotros para querer salirse.
Libros
Este fue el año de las mujeres, sin duda, también el año en que Fernanda Melchor se consolidó como la “escritora mexicana” con su libro Temporada de Huracanes. No por nada compartió mesa con Diego Luna y Antonio Ortuño en la FIL de este año. Ortuño es otro autor que con su libro de cuentos, La vaga ambición, ganó el reconocimiento internacional. Ambos se muestran como los dos personajes más emblemáticos para las letras mexicanas jóvenes fuera de nuestro país, pese a que sus dos títulos fueron editados en 2017. Claro, junto a Emiliano Monge, quien publicó su enorme novela No contarlo todo.
Por su parte, Jorge Volpi sacó su libro, alabado por unos, denostado por otros, Una novela criminal, con el que se hizo acreedor al premio Alfaguara de este año. La novela que asegura ser de no ficción, para mí fue imposible de acabar. Fría, sin literatura, es una mezcla entre un best seller al uso y eso que han llamado “la gran novela norteamericana”.
Poco a poco pero sin detenerse, El monstruo pentápodo de Liliana Blum, cada vez gana más y más lectores. Blum está fuera de lo que está haciendo la literatura mexicana actual, no es autoficción y por el contrario, utiliza un tema controversial en un momento en que un error puede costarte caro. Su novela exige simpatizar, cuando menos por momentos, con un pedófilo. Otro que se sale del canon de lo escrito en México es Hilario Peña, quien abandona el policiaco y pergeña un western. Su novela Un pueblo llamado redención es la historia de unos pistoleros, de la creación de dos naciones, del norte y de un México violento, que sigue existiendo, aunque ahora nos parezca una rareza. Otro que se suma estas literaturas que se salen de la norma, y que por eso acaban siendo de mi agrado, es Apócrifa, de Rafael Villegas, un libro que compila 13 cuentos, divididos en dos tomos, que forman, si se leen todos, una especie de relato polifónico en que historia y fantasía se entremezclan.

Celdas rosas, de Sylvia Arvizu, es un libro de crónica estrujante, hecho desde la entraña de la bestia. Arvizu hace pequeñas crónicas que muestran el lado humano de varias reclusas, compañeras suyas en el penal de Sonora, en el que está internada. El libro de Sylvia vale por la forma en que está escrito, por lo que cuenta y por la forma en que te afecta en lo más hondo.
Los libros de no ficción fueron de lo más leído y por supuesto el narcotráfico y los feminicidios son los dos temas que dominaron el mercado del libro. Por su parte Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México, de Oswaldo Zavala, son una serie de ensayos breves que aportan una perspectiva interesante que desnuda la mentira de los grandes capos y los carteles. Zavala explica con datos e ingenio, como la llamada guerra del narco es un juego de simulaciones en el que el Estado es el principal culpable.
La fosa de agua, de Lydiette Carrión es un libro estrujante y duro. Carrión publicó en el periódico de nota roja El Gráfico, una serie de columnas sobre desapariciones de mujeres y feminicidios en la Ciudad de México y el temible EDOMEX. El resultado va más allá de una policía torpe, sino la certeza de que vivimos en un país feminicida.
Un libro que no dejó de venderse desde que salió es el del israelí Yuval Noah Harari, De animales a dioses, y a mediados de año llegó ¡Sálvese quien pueda! De Andrés Oppenheimer. Ambos libros hablan sobre los desafíos, problemas y consecuencias que traerá en poco tiempo la tecnológica que actualmente se desarrolla.
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