EDNA MONTES
Para variar, esta historia comienza con una amenaza. Algo terrible que acabará con el mundo tal y como los conocemos ¿qué puede ser peor? Decirle adiós a Netflix, la pizza, las chelas y los memes ¡JAMÁS! Mantener el status quo es tan importante que, cuando un guía místico aparece en tu puerta, le abres en vez de fingir que no estás en casa hasta que se desespere y se vaya (como harías un domingo cualquiera) estás dispuesto/a para la aventura. Esto compensará que nunca te llegó tu cartita de Hogwarts y que, si ya pides leche deslactosada, no es realista esperar a Gandalf hasta tus cincuentas. ¡En tu cara adultez!

Por alguna razón te han elegido para obtener, cueste lo que cueste, «la cosa esa» que resolverá el problema. Todo es maravilloso los primeros días, te dejaron llevarte a una persona especial porque los héroes necesitan un cómplice y el llamado a la aventura es un elixir contra todos los males de la cotidianidad. Nada como un buen baño de novedad aderezado con la misión de salvar el mundo. Incluso te haces de más amigos en el camino. Ahora tienes una pequeña comunidad digna de una novela de Tolkien.
Claro, la tensión narrativa no soporta que todo salga bien. Una buena historia necesita conflicto, así que el hambre, el frío y las carencias no tardan en caer sobre el feliz grupo. Las privaciones son el primer asomo de la desgracia, el principal objetivo de los dioses de la épica es castigar al héroe tanto como sea posible. Si para eso se necesitan traiciones, peleas, que su interés romántico lo abandone por las buenas o por las malas y la parca se ensañe con todos hasta que no quede vivo ni el perico, que así sea.

El místico artefacto/fruto/gema/lo-que-sea no es fácil de obtener. Incluso entre el duelo, recoges los pedazos de tu alma. La humanidad depende de ti, no puedes fallarle. Pensar en todo lo que has perdido es inevitable, después de todo este viaje te ha cambiado de formas insospechadas. Te sientes como un diamante en bruto, toda la presión de tu cruel misión te lleva a lograr tu máximo brillo. Y así, en un último esfuerzo para que todo el sufrimiento no sea en vano, llegas a tu destino. Tomas el objeto señalado… ¿cómo funciona esto?

Cuando empiezas a entrar en pánico, tu mentor viene al rescate. Vivo o en modo fantasma, eso es lo de menos. El caso es que necesitas ayuda para cumplir tu sagrada misión. La sabiduría de maestro te golpea en una sencilla frase ¡Tú puedes, siempre estuvo en ti!
Un momento… ¿pero qué demonios? ¡Todo el dolor para nada! ¿Cómo que siempre estuvo en mí? ¿Nos podríamos haber ahorrado las pruebas, el hambre, el dolor y la muerte?

Leer tantas páginas para llegar al siempre estuvo en ti puede ser frustrante. Parece que el «cliché» surge de la flojera del autor, pero afirmar eso sería pecar de simples. Está mucho más ligada a una de esos axiomas que las personas hemos asimilado hasta el cansancio. Durante siglos nos hemos repetido que el dolor es un maestro. Creo que el dolor no nos enseña gran cosa, sino que nos obliga a mostrarnos tal y como somos, sin máscaras ni poses de civilidad. ¿Por qué el héroe sigue con su misión sin detenerse a partirle su mandarina en gajos al mentor chistosito que lo mandó a ese viaje atroz? Quizá porque el dolor, aunque no enseñe nada, es inevitable.
No es que necesitemos sufrir para madurar o aprender, ni siquiera que un ser supremo no tenga nada mejor que hacer con su plan universal un día cualquiera como para usarnos de hormiguitas bajo su lupa cósmica. El Universo se rige con leyes estrictas que no consideran el sufrimiento humano. La gravedad no se conmueve si esa mala caída te rompe un hueso. Es nuestra mente la que nos repite que «por algo pasan las cosas» dejándonos creer que tenemos, al menos, un mínimo control sobre el caos de la existencia. ¡Ah! esa familiar y reconfortante fantasía de control indispensable para no enloquecer en el día a día.

Este mecanismo narrativo nos atrae porque nos recuerda que a pesar de tocar fondo podemos remontar. El dolor no es eterno, pasa, y aunque no sea maestro de nada, sí tiene el poder de recordarnos nuestra esencia: quienes somos cuando despejamos de la ecuación todas las heridas. Seguimos enganchándonos a este tipo de historias porque, después de todo, la capacidad de ser valientes y sobrevivir a lo que sea siempre estuvo en nosotros.
Fórmula
El mundo del protagonista está en peligro (a pequeña o gran escala)/ El protagonista es alentado por un mentor a salir en búsqueda de un objeto o persona que remedie la situación/ El protagonista pasa por todas las calamidades posibles y sufre una cantidad tremenda de daño físico y emocional/ En el momento de la verdad su mentor le revela que lo que buscaba «estuvo con él-ella todo el tiempo»/ El protagonista entiende que debía pasar por ese proceso/ El mal que amenazaba el mundo es derrotado.
Como lo viste en:
Sailor Moon (Anime, All-Nippon News Network, 1992-1997)
Fullmetal Alchemist (Anime, JNN, 2003)
Fate/Zero (Anime, Aniplex, 2011)
Moana (Película, Disney, 2016)
El mago de Oz (Película, Victor Fleming, 1939)
Sucker Punch (Película, Zack Snyder, 2011)
La historia interminable (Novela, Michael Ende, 1979)
Doctor Who: «The Empty Child» / «The Doctor Dances» (Serie, BBC, 2005)
Las crónicas de Shannara (Serie, MTV, 2016-2017)
Kingdom Hearts (Videojuego, Square Enix, 2002)
Fotografía: Nathan Dumlao / Unsplash
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