Lo mejor del 2019 por Alfonso López Corral
Si alguna vez han visto el capítulo de Los Simpson –que se hizo meme– donde un periódico destaca la nota de Abraham el abuelo Simpson gritando a las nubes, sabrán reconocerme fácilmente como ese viejo que se queja últimamente por cualquier cosa, aunque al final la queja sea contra uno mismo. Los pocos que me conocen saben que siempre estoy despotricando porque en Navojoa no hay librerías. Y bueno, como el viejo gritón, eso de lo que me quejo ya no tiene razón de ser: no había librerías, hasta este año. En la ciudad se instaló un café que tiene un par de libreros con libros –pienso que donados- a la venta. Poca sorpresa encontrará un lector asiduo a librerías, pero en esta ciudad esto ya es algo encomiable. Por si fuera poco, frente al mercado municipal se puso a vender libros colocados en una mesa de día de campo un señor que el trienio pasado fungió como encargado de cultura en el municipio. Como todos los que han pasado por ese cargo, lo desperdició. Si uno se asoma a su magro inventario, apenas encontrará algo con lo que emocionarse, si es que nada. Corrijo, salvo el par mencionado, en Navojoa no hay librerías, no en forma. Esto, para una ciudad de más de cien mil habitantes, debería ser escandaloso, pero no, ni siquiera es sorprendente. Eso sí, en una sola calle, en una distancia de aproximadamente un kilómetro, se encuentran cuatro Oxxos. ¡Cuatro! Lo primero que se me ocurre es que los Oxxos deberían vender libros; luego, me acuerdo de que soy el viejo que le grita a las nubes y se me pasa.
¿Por qué te quejas, si puedes pedir libros en línea y dejarte de cosas?, me pregunto cuando caigo en cuenta de mi necedad. Y sí lo hago, pero un buen lector me entenderá: nada sustituye la experiencia de entrar a una librería y encontrar ese título que ya no recordabas –o no sabías– que necesitas tener/leer urgentemente. No es lo mismo toparte en el entrepaño superior o inferior de un librero con una gran y maravillosa sorpresa, que hacer memoria y escribir en la barra de búsqueda el libro que quieres. Allí no hay sorpresa, aunque el resultado arroje existencias. Contra esto nada podrán las librerías en línea, ni Amazon ni las demás. Encontrarte de frente con ese libro es como descubrir los regalos debajo del árbol en navidad. Y a propósito de navidad y mi eterna pelea con las nubes, recuerdo que es momento de los recuentos y debo manifestar, como el que testimonia en la oración que ha sido recuperado para el buen camino del señor, algunos de los pequeños milagros de este año.
Oh, salve, gran reno volador de la nariz roja.
Es socialmente correcto ahora aclarar que uno, ni por asomo o apuesta, puede leer todo lo que se publica en el año. Y lo peor del caso es que es cierto. Las mesas de novedades en librerías están por agregar un mes extra al año porque ya no alcanzan sitio para tantas novedades. ¿Qué leí este año? Además de las pilas de pdfs que debo leer por trabajo –estoy seguro de que si me voy al infierno, que lo prefiero por la compañía, mi castigo será leer esos infames documentos electrónicos–, me di tiempo para leer poco, pero por gusto.
Cada año me propongo leer un libro mayor (ya sea en extensión, en aprecio de otros colegas vivos o muertos, o en ambos) y esta vez le tocó el turno a uno del siglo pasado, Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer. ¿Qué puedo decir que no les arruine la idea de afrontar una lectura como esa? Con mucha cautela, esto: la gente cambia y Bashevis Singer era un maestro en mostrar cómo y a obediencia de qué lo hacen. Hubo por ahí algunas lecturas más de las mayúsculas, de esas con las que uno trata de estar al corriente del canon y a la altura de la propia ignorancia y que no citaré aquí para no ponerme más en evidencia. Bueno, uno más, y porque reí como si no tuviera deudas y sintiera que la literatura tiene futuro más allá de los guiones de serie de televisión: ¡Espérame en Siberia, vida mía!, de Enrique Jardiel Poncela. (Está bien, uno más pero entre paréntesis, para que no piensen que abuso: Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski.) En cuanto a novedades del 2019, que quizás algún trasnochado esté esperando, debo decir que los libros que mejor sabor de boca me dejaron fueron Restauración, de Ave Barrera, Maten a Darwin, de Franco Félix, Plegarias para un zorro, de Enza García Arreaza, La memoria donde ardía, de Socorro Venegas y por fin, aunque no son de este año pero sí de este lustro, pude leer Nefando, de Mónica Ojeda, que no tiene decepción, y Qué vergüenza, de Paulina Flores. Mencionar algún otro del corriente, o dejar de hacerlo, es causarle al escritor una impresión errónea sobre su propio talento que, apuesto lo que me queda de aguinaldo, lo pondera cabalmente.
Este año se publicaron excelentes libros de consolidados escritores que, por fortuna, el año pasado también publicaron excelentes libros, y creo que también el antepasado. Sin embargo, y esto tiene que decirse, hubo, por fin, una nueva edición de Par de reyes y La casa que arde de noche en un solo volumen, del enorme Ricardo Garibay. Para alguien como yo, que tuvo que leer mal escaneado frente a un monitor ese gran río crecido que es Par de reyes, es incompresible cómo los inventarios de las librerías lo registran con ejemplares disponibles. Al comprobarlo, siento unas ganas enormes de salir y gritarle a las nubes, otra vez.
¡Ey, tú, nube en forma de Taibo, y para cuándo chingados reeditas los cuentos reunidos de Jesús Gardea! Y las obras de…
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