Por: Abril Posas
Cuando comenzamos a ver la serie de BoJack Horseman pensamos que era otra animación idiota para adultos. Ya saben, como algunos sketches de Adult Swim o la mayoría de Family Guy (¿todavía la siguen produciendo?). Pero, tal y como le pasó al gremio de la crítica de la cultura popular en Estados Unidos —donde sí se les respeta—, antes de que llegáramos a la mitad de la primera temporada nos encontramos con que a veces, si miramos con suficiente detenimiento a una caricatura, la caricatura nos mira de regreso.
Si me pongo a mencionar la importancia de BoJack en los tiempos modernos quedaré, estoy segura, como ese otro puñado de escritores que la tomaron como bandera cuando, finalmente, le hicieron caso a los amigos —o al algoritmo de Netflix— y decidieron darle una oportunidad. Igualito que a los cómics o la novela gráfica: los más acá son los que ven para abajo todo aquello que no se parece a su propia producción. Así que, después de esta trompetilla, me desmarco del análisis sesudo, le doy espacio a los que ya desmenuzaron cómo hablaron de las adicciones, los traumas, el aborto, la maternidad, la misoginia y el machismo que no se va a ir jamás, de la necesidad de comunicarnos, de las segundas, terceras, cuartas y quintas oportunidades… Porque, honestamente, me siento incompetente por el momento.
El problema de hablar de un producto cultural —llámenle película, disco, obra de teatro, grafiti pagado por Samsung o raya de los que ya son los verdaderos propietarios de los muros— que ya no va a contarnos más historias, es que se corre el riesgo de darse cuenta de lo cerca que estaba de nosotros mismos. Sí, sí, ya, lo admito: BoJack Horseman duró seis temporadas, seis años en los que sucedieron tantas cosas —en su trama y en la mía—, que creo que vuelvo a revivir esa sensación de dolor y sorpresa al darme cuenta de que la serie sería mucho más que un escape del mundo real. ¿Quién tiene tiempo de ponerse a diseccionar la técnica de la narrativa de los capítulos acerca de La Madre, si en lo único que pienso ahora es que esto ya está muerto? Y además en la misma semana que The Good Place. En serio, no hay piedad en este mundo.
Al convertirse en un espejo de lo que a muchos nos ha pasado de este lado de la pantalla, es difícil no identificarse y no crear un vínculo emocional con sus personajes. Todos hemos sido Diane, Princess Carolyne, BoJack… hemos deseado ser Todd: puro, honesto, idiota pero genuino. Y en más de una ocasión sentimos que alguien estaba robando las historias y los diálogos de nuestra vida cotidiana para transformarla en una ajena, pero con un poco de esperanza. Que la gente puede cambiar. Ja.
Cuando anunciaron que la sexta sería la temporada final —con todo y que no fue decisión de su creador, sino de la plataforma de streaming, a quien no le gusta que nos duren las cosas buenas aparentemente— fue como darte cuenta de que era el último año en la universidad. O el último mes en el departamento que antes compartías. O la recta final en el viaje de regreso de tus vacaciones: habíamos pensado, a pesar de toda lógica, que sería para siempre, hasta que de pronto ya no fue. Y, como somos humanos y lo mejor que hacemos es revivir lo que está en el pasado, nos acordamos del momento cuando empezamos a ver la serie. Quién nos la había recomendado, o si llegamos por nuestro propio pulgar a su casilla; cuál personaje se convirtió en nuestro avatar; cuál momento se nos quedó grabado en la cabeza; cuáles son nuestros capítulos favoritos. Cómo nos vestíamos hace seis años; cuántos kilos subimos en ese tiempo —no sé si orgullosamente, pero puedo decir que he podido ser las dos versiones de Diane, maldita sea—; de qué tamaño estaban nuestras mascotas en ese momento; cómo pasábamos el fin de semana entonces y con quiénes; dónde trabajábamos y qué salida buscábamos.
Lo que decíamos y a quién; lo que hacíamos y con quién no.
No creo que la gente cambie, por eso me gustaba tanto esa serie: no intentaba demostrarte lo contrario, porque un adicto siempre va a ser un adicto, la felicidad nunca será eterna, el miedo no desaparece aunque sumes logros, no existe el plan perfecto. Pero —así como cuando tu amiga está por contarte su experiencia paranormal, que inicia: «No creo en fantasmas, pero…»— BoJack Horseman me obligó a recordar estos seis años desde que empezamos a frecuentarnos y, vaya, tal vez la vida se define de la misma forma en que nuestro protagonista habla de la actuación: «Dejar todo atrás y convertirte en algo completamente nuevo». Yo agregaría: aunque no lo busques, aunque no lo quieras.
¿No odian cuando la gente aprovecha un hito ajeno para hablar de ella misma?
Adiós, Horseman, ya vuelas sobre nosotros.
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