NUNCA VOY A BRILLAR EN SOCIEDAD
COLUMNA DE MAJO DELGADILLO
Tras caminar juntas por horas y tomar la ciudad el 8 de marzo, después de llorar y de abrazarnos y de no tener miedo; mi mamá, hermana y algunas amigas caminábamos de regreso al punto en el que habíamos arrancado. En ese camino, atravesadas por la rabia de escuchar los testimonios de mujeres que buscan a sus mujeres, una de mis amigas nos contó que unos días antes había abierto por casualidad su ejemplar de La mujer rota de Simone de Beauvoir y había encontrado una página apartada por su yo-del-pasado. Sabiamente marcada, en esa página de Beauvoir escribe un párrafo entero con un solo verbo: «Estoy harta, estoy harta, harta, harta, harta…» repitiendo la palabra «harta» sesenta veces. La anécdota, en ese contexto, nos dio risa. Esa risa incómoda porque todas nos hemos sentido así: hartas. Hartas sesenta veces. Impreso. Recalcado. Traducido a todos los idiomas del mundo. Hartas.
Desde entonces, muy seguido pienso en el tono de mi amiga citando a de Beauvoir y repitiendo una y otra vez esa palabra. Desde entonces enuncio mi cansancio y mi hartazgo frente al machismo, al patriarcado, a mí misma cuando me descubro machista y patriarcal. Harta. Harta de mí y harta de todo. Desde entonces, más que nunca y quizá por el encierro y el tiempo para pensar en ellas, las decepciones son más grandes y amargas.
Por ejemplo: el 9 de agosto Samuel García, esposo de Mariana Rodríguez y senador, se hizo viralmente infame. En una cena para celebrar el cumpleaños de Mariana, –en cuarentena debido a Covid-19– el senador varias veces le reclamó que enseñara las piernas. «Me casé contigo pa’ mí, no para que estés enseñando», le dijo. No quiero contarles mucho, pero rompí la primera regla del internet y leí los comentarios. Por un lado, por ejemplo, se organizó el hashtag #YoEnseñoLoQueQuiera. Por el otro, se habló de la «generación de cristal» y de que «el verdadero cáncer de México es el feminismo». En cuestión de horas García (y su equipo, quiénes también leyeron los comentarios), subió un video pidiendo disculpas (no «ofreciéndolas», pero bueno, nimiedades). Sobra decir que ocurrió lo inevitable. Me sentí harta. Harta, harta, harta, harta, harta. Harta, aunque obviamente no sorprendida, de que la cara del estado siga siendo la del patriarcado más obvio, más transparente. Harta de que las denuncias violencia de género durante la pandemia se hayan elevado un 70% en comparación con el año pasado. Harta de que la lucha sea diaria, a veces invisible, la mayoría de las veces dentro de casa.
Otro ejemplo: apenas hace unos días, un juez liberó al exdirector de Recursos Humanos de la Comisaría de Seguridad Pública de Puerto Vallarta, Luis Alonso ‘N’; al dictaminar que, aunque fue encontrado en su vehículo con una niña desnuda de 10 años de edad, no debía ser procesado por corrupción de menores. Una vez más, las malas noticias. Una vez más compartir la información, leerla, indignarnos. Una vez más sentirnos hartas, hartas, hartas. Decir que las niñas no se tocan. Repetirlo, aún sin creer que tenga que enunciar una frase tan terrorífica. Movernos y tratar, en la manera de lo posible, no estar solas. No dejarnos estar solas.
Y me gustaría todavía mantener la ingenuidad en la que creía que las artes no podían estar también contagiadas por esa violencia (pero, ¿cómo no? Si yo misma estoy contagiada). Pero ahí están todos los tuits de #MeTooEscritoresMexicanos y #MeTooMúsicosMexicanos. Y ahí está también mi compañero de doctorado y ganador de no sé cuántos premios quién se disculpó con mi pareja (hombre, por supuesto) —sin siquiera voltear a verme— por haberme ofendido a mí. Y ahí está también la charla online entre escritores que ocurrió hace un par de meses —todos ellos hombres, claro— en la que alguno sugirió que la pandemia ha detenido otros temas, otras reflexiones y otros movimientos. Parafraseo, pero sugerían que el movimiento feminista se había ralentizado por este otro gran tema sobre la mesa: la supervivencia, el fin del mundo, el aburrimiento. Lo recuerdo mejor de lo que me gustaría porque ese comentario me hizo enojar. Me encontré, una vez más, harta. Harta de que, si no les gritamos en la cara, hay quienes creen que no estamos haciendo nada. Harta de que se haga una suposición de que la resistencia de las mujeres no está entretejida con otras resistencias. Harta de que mi rabia cuente menos. Harta de que quiénes se supone que trabajan con la imaginación no sean capaces de imaginarse un mundo donde ellos no estén al centro.
No quiero siempre ser quien dice malas noticias. Tampoco quiero ser siempre quién discuta, ni la «feminista designada» en la mesa, pero estoy harta de sentir que el patriarcado siempre gana. Comencé a enunciarme feminista desde la adolescencia y desde entonces lloro mucho. Lloro con las películas, la música, los libros, las noticias. Lloro con mis amigas y lloro mucho sola. Lloré el 8 de marzo, de la mano de mi madre quién por primera vez se puso el pañuelo verde. Y me enojo mucho también. Me enojé escribiendo esto. Mi hermana se burla y dice que enfurezco con la velocidad de la luz. Tiene razón aunque ya no me peleo con la gente de internet como hacía antes (#GanandoComoSiempre). Pero, sobre todo, no quiero sólo sentir negativamente porque quiero tener esperanza. Quiero tratar de escuchar. Tratar de darme espacio para existir y comprender que mis formas y mi enunciación no son las únicas posibles. Soy muy afortunada porque tengo a mis libros, mi música y a mis amigas. Quiero imaginarme otros mundos. Tengo un compromiso con la imaginación y, por ese compromiso, leo a muchas mujeres, a personas de género no binario, a hombres y mujeres trans de este y de otros países. Pienso muy seguido en el poema de Cristina Peri Rossi que dice que «nuestra venganza es el amor» y me lo repito cuando bailamos, cuando nos abrazamos, cuando creo que ya no puedo ni quiero escribir, y cuando me siento viva y feliz: nuestra venganza es el amor. Mi mejor amiga, que vive en otra ciudad y quien desde que la conozco es un refugio de amor y de certezas, respondió a un mensaje que le escribí sobre estar triste, «qué bueno que hay tristeza. Hay tristeza porque hay amor. A veces así son las cosas tristes, también vienen de estar contentos, no sólo de la desgracia» y yo quiero pensar que estar harta es un poquito así también. Que viene de la rabia, pero también de la terquedad de la imaginación.
Estoy harta, harta, harta, harta. Sesenta veces. Remarcado. Traducido. Estoy harta, harta, harta porque tengo rabia, porque amo, porque tengo la suerte de ser amada en un mundo como este.
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