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Crónica y evaluación de mi encuentro con lady Líbano

Crónica y evaluación de mi encuentro con lady Líbano

DIJO NUNCA NADIE

COLUMNA DE MANUEL FONS

1.    La conjura de los arrendadores

Por una serie de azares, que no vienen al caso, decidí vivir unos meses en Puebla para dedicarme sólo a escribir. Descarte rentar un departamento, pues eso implicaría plazos forzosos, comprar muebles, firmar contratos, y mi intención era un paso efímero; con una habitación cómoda bastaría. No me considero exigente en eso, pero tengo algunos mínimos. Lo más elemental, para mí, es que a la habitación le entre aire y luz, y que haya una cocina limpia. Parece muy básico, pero cualquiera que haya emprendido esa aventura, sabe que infinidad de lugares no pasan los tres filtros.

Como ya estoy versado en esas lides, pagué varias noches de hospedaje en un hostal del centro y me di un plazo razonable para hallar un lugar digno. Por las noches hacía la bitácora de guerra, con información de Facebook, Dadaroom, Vivaanuncios, y en el día emprendía las batallas. Necesitaría el espacio de un libro para relatar los lugares y personajes que me fui encontrando, pero como no quiero extenderme, baste decir que por esos días estaba leyendo La conjura de los necios y pasaba de la ficción a la realidad sin grandes saltos.

Una tarde que caminaba por la zona universitaria, llamé para preguntar por un «cuarto ejecutivo» que estaba en la zona. Me respondió una voz femenina y, en lugar de las fórmulas de cortesía, me sometió a un interrogatorio: «Nombre. Motivos. Ocupación. Estudios». Se me hizo agresiva, pero no quise entrar en controversias: «Manuel Fonseca. Guadalajara. 37 años. Literatura. En España». Veinte minutos después timbré en una pequeña casa sin número, en una colonia de clase media. El techo tenía uno de esos enrejados metálicos con cuchillas tipo Psicosis, presentación petite, pero tantas como para descuartizar una res.

—¿Quién? —preguntó enojada, la misma voz del teléfono.
—Buenas tardes. Vengo a ver la habit…
—Dígame cuál es su nombre -ordenó estilo militar.
—Manuel Fonseca.

Sonó el quejido metálico del portón eléctrico…

2. Repertorio de elogios e insultos

Me identifico con un meme que ofrece un menú de piropos alternativos al aspecto físico, pues si bien me gusta y disfruto la belleza femenina, suelo elogiar otro tipo de cualidades: simpatía, inteligencia, humor, carisma, bondad, cultura, creatividad, ética (lo mismo en hombres). Es una postura, es mi manera expresar que quiero un mundo donde, además de la belleza física, se aprecien otras cualidades que no siempre se ven y, en consecuencia, se cultivan menos. Se me hace buena idea ampliar el rango de nuestras cualidades para que nadie se envanezca ni se atormente por una.

En el otro polo del elogio, el insulto, también tengo postura: me parece vituperable la corrupción, la estupidez, el egocentrismo, la cobardía, el egotismo, la manipulación, pero hay otras categorías que omito deliberadamente. Como puede verse, ni en mis elogios ni en mis insultos, figuran el físico o la posición social; están todos relacionados con la personalidad, con rasgos que en buena medida, dependen de nosotros, no de la política, la economía, los genes. Dado que mi repertorio de elogios o insultos define mi postura y da una muestra simbólica de mi escala de valores, supongo que la de los demás también, por eso me interesa mucho saber lo que admiran y detestan, como individuos y como grupos, pues es una muestra de su ranking axiológico.

En ese orden de ideas, me da curiosidad el fenómeno de las ladies y lords, esa especie de reality show fragmentario donde diversos personajes son grabados en algún despliegue de prepotencia. Lo más interesante para mí, es lo que les da su mote: la actitud y el discurso clasista, pues, por una parte, son personas que enfurecen con cualquier bagatela (en su palacio mental los demás estamos para servirlos), y por otra, atacan con insultos de clase, pues visto desde su monóculo, lo más vergonzoso es una posición económica inferior; si no, sólo serían don emputado, doña mamila, etc. Ya sea que se declaren hijos de militares o intenten humillar a un empleado acusándolo de comer chicharrón o emprendan una persecución tipo Terminator contra su denunciante, su actitud y repertorio son siempre el mismo. Me llaman la atención estos personajes porque sus insultos y, por tanto, su escala de valores, me es muy ajena.

3. Habitación ejecutiva

Una empleada doméstica salió a recibirme. La saludé y me condujo en silencio por una escalera que iba de la cochera al cuarto, en el segundo piso. Le hice las preguntas de rigor y me respondía con monosílabos, mirando al piso. «Disculpe —me dijo— yo sólo muestro el cuarto; si tiene dudas, le puede preguntar a la licenciada». Bajamos otra escalera que daba a un patio interior, donde estaba el baño para quien rentara el cuarto. Desde ahí se podía ver, a través de un ventanal, la sala de la casa y un comedor; la puerta estaba cerrada. Pregunté dónde se podía cocinar y me informó que no incluían ese servicio, pero podía verlo con la licenciada. Busqué el anuncio en mi celular y confirmé mi descuido, así que  le agradecí y dispuse la retirada. Cuando traté de salir me inquietó ver que estaba todo cerrado. La joven que me atendió entró a la casa a abogar por mi liberación y un minuto después se abrió la fortaleza. De una veintena de batallas buscando casa, esa fue la más breve, cinco minutos a lo sumo. Tiempo perdido sí, pero poco.

Caminé hacia otra casa que estaba por la zona y a las pocas cuadras recibí un mensaje de voz de la licenciada, indignadísima: «Me acaba de decir la sirvienta que […]». Le parecía ilógico que preguntara por algo que no ofrecía su anuncio, me ponía varios ejemplos de mi acción tan absurda, me daba tips para no hacerlo nunca más y me regañaba por quitarle su tiempo. Hablaba alargando las sílabas, con esa entonación de los que se dicen «gente bien». Sonreí fascinado, pues me pareció un personaje bien definido a partir de unas cuantas palabras. No me resistí a escribirle, por curiosidad literaria, pues se me hizo como interactuar con un personaje de ficción, como la Falsa Tortuga de Pitol o uno que podría toparse Ignatius Reilly. Acepté que no leí bien el anuncio, confesé que ignoraba el concepto de «habitación ejecutiva» y, ya por travesura, le dije que no tenía educación. Vi que empezó a grabar una nota de audio, pero, a pesar de la enorme curiosidad que me dio escuchar su mensaje, lo pospuse para la noche, cuando estuviera en mi hostal, pues seguía caminando en la zona y la mujer tenía las clásicas pes de prepotente y perturbada, no sería imposible que fuera amante de un narco y fueran a putearme.

4. Lady Líbano

Horas después llegué a mi cuarto, dejé mis cosas y me tendí en una hamaca metálica que estaba en el patio a escuchar el mensaje de voz, con esa intriga de quien va a ver la película más reciente de un buen director e intuye que le espera algo bueno. Me habría decepcionado mucho alguna expresión que desentonara con el personaje o alguna actitud inverosímil, pero se mantuvo fiel al canon de las ladies. Transcribo algunas palabras de su grabación y mi respuesta escrita. Anticipo que no fui ingenioso, ni simpático, ni le escribí nada digno de ser recordado, pero creo que vale la pena la cita textual, pues tanto las palabras de la lady como las mías nos retratan, según lo que para cada uno es insultable:

—No, mi rey, soy bastante educada, es más, si supieras qué tanto pesa un poblano, bueno, no tanto como mi marido [risilla], bastantito […], tenemos detectores de cámara, por toda la calle y luego luego me llamaron, que si eras, este, pues no sé, si estabas pidiendo cooperación o limosna, por tu aspecto […] digo, ya que has venido de tantas europas y demás, digo, yo acabo de llegar del Líbano y bueno, mi rey, la gente con clase no lo disimulamos […] y regularmente sí, fíjate que tengo rentado a un médico, porque somos otro tipo de clase. Se ve que tú eres de otro nivel. El médico nada más llega y descansa, por eso se llaman «ejecutivas». Lee un poquito más para que sea un poquito de cultura […].

Me disculpé por quitarle el tiempo, le avise que la iba a bloquear y concluí: 

—Qué bueno que seas próspera, en términos económicos, para que tengas algo que presumir, porque se ve que eres una persona horrible.

5. Mi evaluación

En otra situación se podría decir que cada quien se fue con su golpe, pero en este caso no sería tan preciso, pues como las referencias de clase no me significan nada, sus insultos no me tocaron y, siguiendo la misma lógica, mi juicio de lo que ella es, seguro no le hizo cosquillas. Más que choque, se podría decir que fue un roce de visiones o un crossover de personajes. Ambos erramos de táctica. Un ataque certero habría sido al revés: ella atacando lo que soy; yo atacando lo que tiene; entonces sí, habría sido sangriento.

En un país con tanta desigualdad económica, tanto clasismo y tanto racismo, si de algo no podemos quejarnos, es de que el espectáculo de las ladies y los lords sea sólo para «los de arriba», pues para acceder a estos personajes ni siquiera se necesita conexión a internet; dudo que exista quien no se haya encontrado uno. Es un fenómeno muy interesante, hasta se podría hasta considerar un subgénero dramático, en el que los actores nacen, crecen y mueren en el papel, y todas sus actuaciones son improvisadas. Mi humilde propuesta es que reseñemos, critiquemos y evaluemos esos encuentros. En cuanto a mi experiencia, me habría gustado ver el rostro de la lady para ofrecer una reseña más puntual, pero sería ingrato no darle su «certificado de frescura» en la escala de Rotten Tomatoes, pues tuve el privilegio de un show particular: «Lady Líbano, en vivo, gratis». Nada mal para un plebeyo; en ese sentido, llamadme lord.


Fotografía de cover: Sam Marx / Unsplash

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