Sueños lúcidos
Por Javier Paredes
El fugitivo navío, la tempestad desatada y los negros aparejos, el cráneo con las tibias, el naufragio y los tesoros. Siempre los tesoros, porque no hay pirata que no los posea, o no los busque, o no sea despojado de ellos.
La pirática literatura nos subyuga por su ritmo, por su exotismo, por su fantástica violencia, por la misma evasión que provoca su lejanía, por su exterioridad a la ley: la abjuración de las normas sociales, la plena libertad. Así lo dice la Canción del Pirata de Espronceda (1835):
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar”.
El pirata es la pasión sin freno, como lo atestigua Sandokan, la novela por entregas de Salgari (1883):
“En la noche del 20 de diciembre de 1849, un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama… empujadas por el viento irrestible corrían por el cielo negras masas de nubes…
—¡Que contraste! —exclamó— ¡Fuera el huracán y yo acá dentro! ¿Cuál de las dos tempestades es más terrible?”.
Sería esa misma noción romántica la que inspiró a El pirata de Byron (1814), novela que a su vez dio origen a la homónima ópera de Verdi, a un conocido ballet de Berlioz y a una trilogía de novela rosa de Caridad Bravo Adams, cuyo salvaje corazón más de alguna recordará.
Como se mencionó, el tesoro es el móvil perpetuo del corsario y es Salgari quien, nuevamente, establece el arquetipo en el capítulo I de Sandokan:
“Una de las habitaciones estaba iluminada. En medio de ella había una mesa de ébano con botellas y vasos del cristal más puro; en las esquinas, grandes vitrinas medio rotas, repletas de anillos, brazaletes de oro, medallones, preciosos objetos sagrados, perlas, esmeraldas, rubíes y diamantes que brillaban como soles bajo los rayos de una lámpara dorada que colgaba del techo”.
Esta correlación entre la más extrema opulencia y el crimen, subsiste y se comparte con las teleseries de narcotraficantes, que en cierta forma son los piratas modernos, solo que más sádicos, más violentos y más lúbricos.
El tesoro es elemento principal y central en dos relatos clásicos, La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson (1883) y del célebre Escarabajo de oro de Allan Poe (1843). En la primera, la riqueza escondida pertenece (es una expresión amplia cuando se trata del fruto de la rapiña) al Capitán Flint; en la segunda, se pretende la búsqueda del botín del Capitán Kidd.
Emilio Salgari es quizá el mayor creador de piratas en la literatura, con su gama de colores de corsarios (El Corsario Negro, El Corsario Verde y El Corsario Rojo) así como con el propio Sandokan. A la par de ellos, un pirata necesario en la lista de la literatura de los jóvenes “de antes” es el Capitán Blood de Rafael Sabatinni (1922), escritor inglés aunque de origen italiano, como el maestro Emilio.
Si Sandokan es un príncipe que busca venganza, el Capitán Blood es un preso por causa de la injusticia, un nuevo Conde de Montecristo. La retribución es, entonces, otro motivo principal de los libros de piratería. Y la venganza también guía a otro príncipe de la piratería submarina, el Capitán Nemo, el capitán “nada”, en Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne (1869).
El parecido entre Nemo y Sandokan es tan atractivo como engañoso y lo analiza Don Fernando Savater en su Misterio, Emoción y Riesgo, del año 2008. Savater termina por descubrir una paternidad desconocida:
“Me considero afortunado descubridor de una identidad celosamente guardada… Sin trepidar, concentro mi descubrimiento en una frase lapidaria: Sandokan fue padre del Capitán Nemo”.
Nemo, no es un pirata más, es probablemente el primer bucanero de la ciencia ficción, categoría en la que destaca la conocida obra Piratas de Venus, del aún más conocido Edgar Rice Burroughs (1934), que es el primer libro de la serie venusina del creador de Tarzán, concebida en una época en que se creía que Marte tenía canales y Venus océanos.
Imposible en tan breves palabras mencionar siquiera algunas de las películas, programas, cómics, mangas o animes del género filibusteo. Solo mencionaré algunas fuentes de interés sobre la real y verdadera historia de los corsarios.
Clásica por su antigüedad y acreditado autor es la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, de Daniel Defoe (1724). También recomendable por la amplitud del tratamiento —672 páginas— es la Historia general de la piratería de Ángeles Masiá de Ros (1959). Otra obrita, amena y manejable, es la Historia de la piratería de Philip Gosse, editada por Austral en 1932 y que tiene cuatro subtítulos: «Los Corsarios Berberiscos», «Los Piratas del Norte», «Los Piratas del Oeste» y «Los Piratas de Oriente». Artículos de interés general centrados en nuestro país se han publicado en los números 52 y 118 de la revista Relatos e historias en México (https://relatosehistorias.mx/la-coleccion?page=11).
Entre la realidad y la ficción está La Viuda Ching, Pirata, relato breve contenido en la Historia universal de la infamia de Borges (1935).
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