Sueños lúcidos
Por Javier Paredes
Hará unos diez años, por la afortunada conjunción de una librería de usado y una quincena recién cobrada, me fue dado leer una obra sobre el Gobierno Oculto del Mundo, velado régimen cuyos poderes residen en las nevadas cumbres tibetanas, allí donde los iluminados habitan su capital subterránea.
Similar afirmación de un gobierno arcano, la Criptocracia, aparece en las novelas francesas de espías, de los prodigiosos años sesenta; obritas de la editorial Fleuve Noir, de acrónimo S.A.S. y de autor Gérard Adam de Villiers.
La diferencia entre ambos gobiernos es el tono metafísico:
* En las doctrinas místicas, el poder es espiritual y recae en una casta sobrenatural, semidivina, que nos rige desde la sombra.
* Por lo contrario, la Criptocracia se manifiesta terrenal —demasiado terrenal— en la suma de poderes económicos que ordena el mundo, es la entidad que decide las natalidades y las guerras sin concesión alguna a nuestro iluso ideal de democracia. La Cabal de la serie televisiva Black List (NBC-2013) es heredera de esta idea.
La Cabal, la Criptocracia, el Gobierno Oculto del Mundo son, en cierta forma, también sociedades secretas, tan secretas que sus propios miembros pueden no saber que están unidos a ellas, puesto que sus mutuos intereses hacen innecesarios los ritos y las cartas de afiliación.
Existen múltiples obras de ficción que abordan el tema de las sociedades secretas, podríamos decir que son un lugar común del folletín del siglo XIX y de algunos best sellers de los siglos XX y XXI, de los cuales mencionaremos algunos.
Durante el siglo antepasado, las sociedades secretas proliferaron con una función efectista para crear un móvil o una atmósfera de misterio y, a la par, de terror.
Bajo el signo de una sociedad secreta criminal podemos mencionar la Corte de los Milagros de Víctor Hugo, en Nuestra Señora de París (1831), donde medievales mendigos, ladrones y prostitutas viven bajo su propio rey y gobierno.
Una sociedad igualmente peculiar es el Club de los Suicidas (1878) de Robert Louis Stevenson, en la cual los miembros no propiamente criminales son obligados a realizar actos de tal naturaleza.
Acompañando a Stevenson está Kipling, otro inglés —nacido en Bombay— que aborda el tema en su relato El Hombre que sería Rey (1888). En esta obra, el protagonista Dravot logra reinar y ser coronado (con una tiara de eternidad) merced a sus conocimientos del ritual masónico y gracias a algunas vanas demostraciones destinadas a supersticiosos.
Los autores nacidos en el XIX no solo escribieron sobre sociedades secretas, se dice que algunos formaron parte de ellas, como: Sir Henry Rider Haggard, Bram Stoker y Sir Arthur Conan Doyle.
De Conan Doyle recordamos varios relatos detectivescos, con sociedad secreta incluida: Un estudio en escarlata (1887), Las cinco pepitas de naranja (1892) y Los monigotes (o Los Bailarines según se quiera) de 1903. Si bien es cierto que el primero es relativo a una religión bien conocida —los mormones—, el tratamiento es muy similar al de una sociedad criminal. Los otros dos cuentos corresponden, respectivamente, al Ku Klux Klan y a la mafia de Chicago.
Pero la sociedad secreta no es propia ni exclusiva, de la literatura inglesa. En este sentido, Emilio Salgari utiliza a los thug, siniestros estranguladores venerantes de la diosa Kali en su obra Los Dos Tigres (1904), como motivo y telón de fondo para la acción del héroe Sandokan.
Y no únicamente las obras legítimas de este autor italiano apelan a la sociedad secreta; en ediciones más o menos apócrifas de Editorial Peuser, el falso Salgari (Giovanni Bertinetti quizá) también rememora al Loto Blanco y las sociedades secretas de la China.
Existe una cierta continuidad temática en la literatura de masas, el folletín europeo nos lleva de forma ineludible al pulp norteamericano. En esta forma de publicación destacarían dos grandes autores: Edgar Rice Burroughs y H.P. Lovecraft.
De Rice Burroughs y las sociedades secretas solo preciso mencionar a Tarzán y los Hombres Leopardo (1935), que corresponde al nombre de una sociedad secreta, al parecer real, de origen africano.
En el caso de Lovecraft, cabe decir, sin exageración, que sus manuscritos pululan de sociedades misteriosas, como la Orden Esotérica de Dagon, que aparece en La sombra sobre Innsmouth (1936) o la extraña iglesia de Kingsport, descrita en El Ceremonial (1925), donde los lugareños encapuchados invocaban criaturas aladas que «no eran cuervos, ni topos, ni azores, ni hormigas, ni vampiros, ni seres humanos en descomposición; eran algo que no consigo -y no debo- recordar».
También la literatura fantástica tiene sus sociedades secretas, de las que no puedo dejar de mencionar a la Compañía, creación de Jorge Luis Borges, para la Lotería de Babilonia (1941), a la que se refiere como “el todopoder” con “valor eclesiástico, metafísico”.
El cine hizo propias las sociedades secretas desde muy temprana data, baste mencionar M (1931) de Fritz Lang, película alemana policial en que aparece una sociedad criminal como jurado, con primacía moral sobre los asesinos en serie.
Otro tipo de sociedad secreta, de carácter más bien público, se retrata en El Padrino (1972) de Francis Ford Coppola. Una sociedad en la cual los ritos (bautizos y bodas) se revisten del ceremonial católico y se celebran a plena luz del día.
Sin ánimo de hacer referencia a películas de corte más popular como Sociedad Secreta (2000), dirigida por Rob Cohen; vale la pena recordar a Ojos Bien Cerrados (1999) la treceava y última película de Stanley Kubrick, que nos hace pensar en la inquietante Criptocracia de SAS.
Existen, por lo menos, tres buenos ejemplos de las sociedades secretas en el mundo de la animación:
* Unos son los inocuos Búfalos Mojados de Los Picapiedra (1960), que son una asociación más bien deportiva y recreativa, practicante de los bolos y algo de misógina.
* Otros son los Magios (1995), sociedad del universo de Los Simpson, que es relativamente inocua, gozando de privilegio y de poder, pero que es incapaz de utilizarlo en un fin lógico o útil.
* Más amenazadora es la Orden Secreta de Escritores de Chistes Verdes, que aparece en Padre de Familia (2010), y que es temible no solo por su inconcebible poder intelectual y fortuna, sino por la decidida voluntad de matar para mantener su secreto.
Del cómic, vale destacar a Fantomas (1969) y la sociedad secreta de los cabezas cuadradas, la cual se deja ver como una corporación de personas de estrechos criterios —casi como de contadores— que portan, a manera de distintivo, cofias negras que no terminan en punta, sino planas, rectangulares, o más bien, cuadradas. Se cree que es el antecedente del Yunque.
Son innumerables las obras de referencia sobre la materia, pero quisiera destacar algunas por su relativa accesibilidad en la bibliografía nacional, entre estas estarían: Las sectas y las sociedades secretas a través de la historia (1986) de Santiago Valenti Camp, obra en dos tomos; Las sociedades secretas (1991) de Tomas Doreste; Sectas y Sociedades Secretas (1975) de Tomás Baeza; Las Sociedades Secretas en 25,000 palabras (1975) de T. Martín; Enigmas de las Sociedades Secretas (1961) de G.K. Morberger-Thom y Enigmas de las Sectas Rusas (1964) de Alex Marcoff.
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