Por: Abril Posas
A finales del siglo XX, el historiador y conocido negacionista del Holocausto, David Irving, demandó a una colega estadounidense, Deborah E. Lipstadt y a su casa editorial, Penguin, por señalar parte de su trabajo como, precisamente, el trabajo de un negacionista del Holocausto. Profesora de judaísmo moderno y estudios del Holocausto, Deborah recibió la noticia con la incredulidad con la que ustedes leyeron las líneas anteriores. Seguramente también con ganas de reírse por lo ridículo del escenario. Es como cuando alguien se queja de que lo señalen de racista por hacer chistes «ingeniosos» a expensas de la condición social o el color de piel de otras personas.
Sin embargo, el juicio se llevó a cabo y, si hemos de creerle a la versión que la película Denial (Mick Jackson, 2016) cuenta, hubo reacciones encontradas, por decir lo menos, cuando la noticia se hizo pública. Afuera de la corte, personas que protestaban contra el antisemitismo y el fascismo hicieron dar a conocer su inconformidad al darle micrófono y tiempo en un procedimiento de litigio a un hombre conocido por justificar el genocidio judío por parte de los nazis porque Hitler no sabía lo que su gente estaba por cometer, entre otras delicias que me niego a incorporar al historial de mi motor de búsqueda.
Lo más curioso fue el acercamiento que la defensa de Lipstadt propuso: no se encargarían de señalarlo por negar el exterminio sistemático e intencional de un grupo humano, sino que demostrarían que el tal David (seguro El Davis, para los cuates) es un pésimo investigador y un manipulador de la historia. A la demandada no le cayó bien la noticia, porque, y no puedo dejar de señalar lo de acuerdo que estoy con este argumento: ¿de qué sirve darle un micrófono más a un imbécil? Pues porque tenía todas las de perder, precisamente. A fin de cuentas, recordemos, ese cabrón estaba NEGANDO EL HOLOCAUSTO.
Sin embargo, y estoy confiando realmente en la narrativa de la película que ya mencioné, tampoco fue un trabajo que se tomaron a la ligera. El equipo legal de la defensa se puso a investigar los escritos de Irving para encontrar esas fallas garrafales, omisiones y versiones torcidas que inundan los libros que ha publicado, para después ponerlos a debate en la sala de la corte con su mismo autor. Porque, además, el ego de este hombre era tal que no sólo aceptó el reto —él mismo les dio acceso a sus documentos y registros de sus investigaciones—, decidió que no contrataría a un abogado durante todo el proceso.
Y, bueno, ya sabemos lo que pasa cuando permitimos que nuestro ego tome el volante: nos vamos directo al precipicio, convertidos en un llameante espectáculo para los anales de la historia.
Seguro adivinan el desenlace: don señor no pudo defender sus teorías sobre la inexistencia de los hornos de cremación —uno de sus supuestos puntos fuertes para decir que no hubo campos de exterminio—, ni otros disparates más, y quedó como un estúpido. Se probó que es un pésimo historiador, carente de ética o soporte en sus conjeturas, y la reputación de Lipstadt (así como los bolsillos de Penguin, bendito dios) quedaron intactos. Al menos por ese momento, porque se han hecho algunos comentarios no tan favorables sobre la postura de la catedrática respecto a otros genocidios, pero este no es el tema que nos compete en este instante.
¿Se imaginan más o menos a donde voy con esta anécdota que pueden googlear en cuanto abandonen esta página?
Un idiota que sabe usar acentos se enojó porque una historiadora lo usó como ejemplo, en uno de sus ensayos, acerca de los negacionistas, basándose en lo que él ya había escrito y en los comentarios que, supuestamente, él también habría hecho a una ponencia de Lipstadt. Es decir, el compa estaba tan seguro de su postura, que además de intentar refutarle todo lo que ella ya sabía al respecto —era la investigación de toda su vida profesional, al final de cuentas. Pinche machoexplicador— quiso utilizar herramientas legales para callarle el hocico. Pero al final, el hocico callado fue el suyo: no sólo la corte falló a favor de Lipstadt, sino que lo señaló como un racista, registrado. Precioso, ¿cierto? Porque, además, cuando años después Irving fue sentenciado brevemente a la cárcel por seguir en las andadas en Austria, Deborah declaró que no le parecía buena idea que se le condenara por su libertad de expresión simplemente.
Entonces, todos tenemos derecho a la libertad de expresión, ¿cierto? Y a veces, algunos, tenemos acceso a un chingo de espacios que nos dan esa oportunidad, desde redes sociales hasta canales de cable como HBO, que desde su trinchera de biblioteca privada puede elegir como se le antoje qué ofrecer a sus suscriptores —ya sea la serie de Watchmen— y qué no —como Lo que el viento se llevó— y nada va a cambiar realmente si el ego es a lo único que escuchamos si desde afuera alguien más, con más experiencia o, al menos, un punto de vista distinto al propio, te señala un error en tu argumento. Y entonces llega un momento en el que debe considerarse si se le abre oooootro micrófono más a una persona que, ya todos lo sabemos, ha forjado su carrera a través de la propagación de prejuicios que cada vez huelen más a rancio y a comentarios que, muymuymuy lejos de ser graciosos, son prácticamente olvidables.
¿Por qué se le dio voz a un negacionista del Holocausto en un juicio altamente —obviamente, quise decir— mediatizado, pero a un comediante pendejo se le cerró la puerta en un supuesto foro de discusión acerca del racismo y el clasismo en nuestro país? Porque el primer pendejo tuvo LA AUDACIA de negar lo que ha hecho durante toda su vida con un instrumento que debería ser aprovechado para causas legítimas. Seguro, ver cómo le dieron el golpe más duro de su carrera valió la pena, pero, en serio: ¿no era eso lo que tenía que pasar? De la misma forma en que los que se sienten desilusionados por no poder presenciar la destrucción de un comediante que, si no lee guiones que otros le escriben, no se nota que está pensando. Yo les pregunto: ¿sí valía la pena utilizar un espacio que podría aprovecharse en conversaciones más enriquecedoras en algo que cientos de personas en tuiter logran hacer, diariamente, cada vez que ese compa publica algo?
¿Y saben qué? Calladón de hocico y todo, pero Irving sigue publicando porque lo siguen leyendo. Y al otro le siguen aplaudiendo los remates ofensivos. Además, él ya tiene amplificadores, luces, cámaras y estudios dedicados a que, si así lo decide, eructe y ya. ¿Qué tal si mejor le abrimos un foro a los que no llegan a tanta gente y tienen muchomuchomucho más que aportar?
Fotografía: Michael Fousert / Unsplash
Recent Comments